Siempre han dicho que la cara es el espejo del alma. ¿Qué pasa ahora cuando gran parte de ella va cubierta por la mascarilla?
La mascarilla, el objeto de moda – y quien no va a la moda es porque no quiere – cumple su función de protegernos, a nosotros mismos y a nuestros familiares y contactos de este virus que se ha colado en nuestras vidas en primavera y que parece que no se va ni con los 40 grados a la sombra que ha habido en algunas ciudades este verano.
A la misma vez que cumple con su función protectora, sin embargo, nos esconde. Esconde nuestra sonrisa, a pesar de que nos empeñamos en seguir haciéndolo cuando nos hacen una foto y esconde, simplemente, nuestra expresión. Una expresión que quiere decir más que lo que dicen nuestras palabras.
Según el experto en comunicación no verbal, Albert Mehrabian, sólo el 7 % de lo que comunicamos lo hacemos con la palabra, el resto lo hacemos con la entonación de la voz, la postura de nuestro cuerpo, la expresión facial, la mirada o los gestos de las manos.
Es tan importante la comunicación no verbal que son muchos los personajes políticos que se forman en esto para transmitir lo que realmente quieren y que su cuerpo y gestos no les delate.
Tan importante es toda esa parte que no se dice que ya muchas personas están empezando a diseñar mascarillas transparentes que permitan encontrar la sonrisa y poder ver la cara de la persona interlocutora por completo y, sobre todo, facilite la vida a las personas con déficit auditivo.
Así que mientras estas mascarillas se popularizan o no – y mantenemos los dedos cruzados para que pase de largo la pandemia -, podemos intentar suplir el tropiezo de la mascarilla y la distancia de seguridad – otro escollo que no hay que infravalorar -, acentuando nuestras emociones de otra forma, poniendo el énfasis en la entonación, acompañándonos con las manos y evitando el uso de las gafas de sol para que la comunicación no se pierda y la pandemia no nos siga separando.