La conciliación no existe, son los padres

La conciliación no existe, son los padres. Y a veces ni siquiera son los padres porque no consiguen llegar a todo.

Ahora que ya huele a verano, que el calor empieza a darnos las noches y las mañanas, que el fin de curso está a la vuelta de la esquina, muchos niños y niñas terminan el colegio y, ante ellos, casi tres meses de vacaciones.

Se lo merecen. Durante todo el año, con mayor o menor rigurosidad, han venido cumpliendo con sus obligaciones, con las obligaciones que pueden tener un niño o una niña de 7, 11 o 13 años.

La felicidad de los pequeños está contrapuesta a los quebraderos de cabeza que supone para los padres el hecho de que, desde finales de junio hasta mitad de septiembre, no haya colegio.

A veces, los abuelos, los que llevan trabajando toda una vida y disfrutando ya de su jubilación, toman el relevo. Pero, ¿qué hay de quiénes no tengan los abuelos en la misma ciudad? O mejor dicho, ¿por qué hay que apoyarse en la red familiar durante la friolera de casi tres meses cuando al Gobierno se le llena la boca al hablar de conciliación familiar?

Los colegios públicos cierran a calicanto en verano y no ofrecen ninguna otra alternativa, al menos muchos de ellos. La realidad es que es equivocado también pensar en ello como un lugar donde aparcar al niño o la niña mientras se trabaja, pero es que se debe trabajar y por muchos planes que existan en las empresas ninguno llega a cubrir ese vacío de tres meses.

En esta legislatura se recuperó el Ministerio de Igualdad y, a nuestro modo de ver, sería el responsable de buscar una solución para que la conciliación sea una realidad, que los cuidados no recaigan sólo en una persona y que se involucre a toda la sociedad en la tarea y conseguir que la conciliación no sea sólo algo que suena bien.

Quizá el coronavirus con el trabajo haya enseñado un poco más, pero no es justo que haya debido llegar una pandemia mundial para poner los puntos sobre las íes.

Lejos quedaron los veranos de los 80 y los 90, cuando muchas madres no trabajaban y no había ningún problema. Ahora, en su mayoría, sí lo hacen, y, a menudo, haciendo malabares por el camino.

Deberíamos dejarnos de palabrerías y tomar cantar en el asunto. Si la realidad termina en el lenguaje, en este caso, es al revés. La palabra conciliación está totalmente hueca o no tiene el significado con el que había nacido.

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