El otro día, analizando los posts que habían generado más visitas e interés, vimos que entre los primeros estaba en el que habíamos hablado de teletrabajo. Es de hace un par de años y entonces lo vinculamos con la movilidad sostenible. El interés despertado hoy, seguramente, tiene más bien connotaciones pandémicas que poco tiene que ver con acabar con el humo de los atascos y la mala uva en la que se puede llegar a la oficina.
Sin embargo, no que hay que olvidar que trabajar en casa
tiene un impacto directo sobre las emisiones que se evitan y, por ende, con una
mejora de la calidad del aire. Desde la fundación Más Familia recogen en su Libro blanco del teletrabajo que, si en una ciudad como Barcelona, el 40 % de
las personas susceptibles de poder teletrabajar, lo hiciese dos días en semana,
se ahorrarían 332.843 toneladas de CO2 y unas 336.171 toneladas de gases de
efecto invernadero al año.
Pero volvamos a hoy y a la situación que ha generado la
COVID -19.
Lo de ahora NO es
teletrabajo. Lo de ahora es trabajar desde casa porque hay una pandemia
mundial en la que está muriendo gente – cada vez menos, por fortuna – y de la
que nos debemos cuidar y evitar desplazamientos innecesarios.
¿Desplazamientos innecesarios? Sí, la tecnología está
preparada para poder permitir que se vaya a la oficina una vez a la semana o
cada dos. Se deberán desarrollar nuevos protocolos y procesos de comunicación
de los equipos de trabajo para que se siga haciendo un trabajo coordinado,
pero, en definitiva, los puestos que no requieren de trabajo físico y manual,
se pueden digitalizar perfectamente y a las pruebas nos remitimos.
Pero, como se ha dicho, esto no es un ensayo general real. Las personas no trabajan con sus hijos al
lado normalmente, ni en un contexto tan fuerte de incertidumbre que inunda todo
– porque, no nos engañemos, la concentración no es la misma en esta situación
que en la “vida normal” -, ni con tanta tensión social.
Y, por otro lado, para
que se pongan las bases del teletrabajo también se han de poner las de la
desconexión. Trabajar no se puede convertir en un estado, es una actividad,
que tiene principio y fin y se percibe un salario por ella. En Francia ya se
había legislado a favor de la desconexión digital. Aquí aún hay que hacerlo.
Quizá se deje para septiembre, cuando el virus sea más un
mal sueño, pero no se puede esperar mucho más. La ministra de Trabajo ya está
hablando de la Ley Reguladora del
Trabajo a Distancia, pero habrá que ver cómo se articula para no hacerse
con los ojos de la oficina sino con una mirada mucho más amplia, para que sea
más justa.
La COVID-19 no va a dejar nada indiferente y hay que poner
las reglas del juego antes de seguir, para que se mejore en calidad de vida,
que, a fin de cuentas, de eso se trata, de estar mejor que antes.